Del mismo modo que para los cinéfilos 2021 representa una odisea en el espacio que ha dejado de ser futurista para ser superada por la realidad, para los amantes de la relojería, este es el año en que se celebran 220 años de la creación del primer tourbillon. Y es evidente que el tiempo ha perfeccionado su funcionamiento, pero sigue fiel al mismo carácter que le vio nacer.
La invención de este ingenioso mecanismo, una de las mayores complicaciones relojeras de todos los tiempos, fue el centro de una auténtica aventura humana que aún hoy contribuye a la notoriedad de su creador, Abraham-Louis Breguet, y de su casa, amén de ser adoptada por todas las marcas de alta relojería en una u otra época y ser todo un referente actual de los coleccionistas.
Por supuesto, en este tiempo se han sucedido tendencias y también ha habido más protagonistas con sugerentes creaciones, pero la legitimidad en materia de tourbillones siempre ha recaído en Breguet. Y es que la fascinación por el invento del creador tiene su origen en la propia génesis de la proeza técnica: el tourbillon no es un objeto de arte mecánico, sino el resultado de observaciones físicas precisas; además de una aventura humana y una epopeya industrial en sí misma.
Este año, la maison Breguet rendirá tributo al ingenio de su fundador y a la aventura del tourbillon con distintas iniciativas y con la presentación de una novedad el 26 de junio. Ese día se conmemora el aniversario de la obtención de la patente. Fue el 26 de junio de 1801, o 7 de mesidor del año IX, como fijaba el calendario en aquel entonces en una Francia que acababa de asistir a una revolución memorable.
Abraham-Louis Breguet nació en Neuchâtel, Suiza, en 1747. Allí inició su aprendizaje como relojero, que continuó en Versalles y París, donde llegó a los 15 años. En la capital francesa, Breguet siguió una formación teórica en el Collège Mazarin que lo convirtió en un hombre con una cultura científica muy sólida, en particular en matemáticas y física.
Cuando Breguet presentó su idea y solicitó una patente a las autoridades, ya tenía una larga carrera a sus espaldas, pues había instalado su propio negocio en la Ile de la Cité en 1775. Sus relojes automáticos, llamados perpetuos, sedujeron al rey Luis XVI y a la reina María Antonieta, y posteriormente a toda la corte de Versalles. Sus numerosas innovaciones técnicas, su sentido del diseño, sobrio y minimalista, lo convirtieron en un innovador de prestigio internacional. Su nombre fue haciéndose cada vez más conocido en las principales capitales del mundo y todos empezaron a imitarlo.
Breguet volvió a Suiza en 1793 para protegerse de los excesos de la Revolución Francesa. Allí vivió dos años repartido entre Ginebra, Neuchâtel y Le Locle. Fue un período de intenso trabajo y de intercambio intelectual con los relojeros suizos. A su regreso a la capital francesa , sus reflexiones contribuyeron a dar un segundo impulso, realmente deslumbrante, a su carrera.
En los cinco años posteriores a su regreso a París, Breguet presentó a su clientela, por entonces internacional y cosmopolita, productos innovadores como el reloj de tacto, el péndulo simpático, el reloj de suscripción, un nuevo escape denominado de fuerza constante y un nuevo dispositivo llamado regulador de Tourbillon.
Breguet era plenamente consciente de los elementos que podían perturbar la precisión de los relojes, especialmente en el interior del escape. Era el único de su profesión que, por su trayectoria profesional, había asimilado y sintetizado los logros de las tres naciones relojeras de aquella época (Suiza, Francia e Inglaterra, donde frecuentó en particular a John Arnold). De igual modo, también era consciente de que por sí solo no podía resolver todos los problemas de dilatación de los metales y de estabilidad de los aceites, así que sorteó el problema para tratarlo mejor compensando los efectos de las leyes físicas que producen las deformaciones de los órganos vitales del reloj y alteran la regularidad de la marcha. Es decir, ya que no podía cambiar las leyes de la gravedad terrestre, optó por dominar sus efectos.
A este mecanismo lo llamó tourbillon, un nombre aplicado al mundo de la astronomía. Como se recoge en los grandes diccionarios del siglo XIX, la palabra servía para designar tanto un sistema planetario y su rotación sobre un eje único como la energía que hacía girar los planetas en torno al Sol.
Lejos del significado actual de rotación violenta o de tormenta incontrolable, la palabra fue elegida por Breguet por su observación del mundo antes de imitarlo, haciéndose eco de los filósofos del siglo XVIII que veían en la relojería una representación miniaturizada del cosmos. Y así reprodujo este mundo armónico en un mecanismo que reunía el órgano regulador y el órgano de distribución (en una jaula móvil que giraba con la regularidad de los planetas).
El relojero obtuvo su patente el 26 de junio de 1801 y las ventas se demoraron para finalmente consolidarse, lo cual es comprensible ya que tuvo que emplear diez años para desarrollar y finalizar el complejo invento.
CONVENCIDO DE que SU INVENTO PODÍA INCORPORARSE A VARIOS TIPOS DE RELOJES, BREGUET Y SUS COLABORADORES REALIZARON 40 TOURBILLONES ENTRE 1796 Y 1829, A LOS QUE SE SUMARON NUEVE PIEZAS QUE NUNCA FUERON TERMINADAS
Convencido de que su invención podía incorporarse en varios tipos de relojes, Breguet y sus colaboradores realizaron 40 tourbillones entre 1796 y 1829, a los que se sumaron otras nueve piezas que nunca fueron terminadas y que figuran en los libros como pasadas a pérdidas y ganancias, desechadas o perdidas. En los archivos figuran 35 relojes, de los cuales más de la mitad tienen una jaula que efectúa su rotación en 4 o 6 minutos, cuando la patente describe una jaula que gira en un minuto.
Dotados de una caja de oro o de plata, estos tourbillones eran obras maestras cuya estética estaba a la altura de la técnica. Las esferas con esta complicación estaban entre las más hermosas de Breguet. Perfecta legibilidad y funciones que se podían añadir sobre las esferas de oro, plata o esmalte: segunderos centrales, segunderos a demanda, reserva de marcha, a veces termómetro.Todas las piezas eran distintas.
Entre los clientes de estos mismos archivos figuran varios soberanos (Jorge III y Jorge IV de Inglaterra, Fernando VII de España), aristócratas rusos (príncipes Yermoloff, Gagarin, Repnin, Demidoff…) y eminentes personalidades europeas procedentes de Polonia (conde Potocki), de Prusia (príncipe Hardenberg), de Italia (conde d’Archinto, G.B. de Sommariva), de Hungría (barón Podmaniczky) y de Portugal (caballero de Brito). Aunque no tan famosos, hubo también armadores o marinos que los adquirían para la navegación en el mar y el cálculo de la longitud. Algunas piezas se utilizaron durante unos cincuenta años en los mares del mundo. Además, algunas pertenecieron a eminentes científicos.
Una docena de piezas se conservan en museos: tres forman parte de las colecciones del Museo Breguet, cinco se conservan en el British Museum y en otros museos de Inglaterra, Italia, Jerusalén y Nueva York. Otras quince están en manos de coleccionistas privados. Recientemente se han vendido dos piezas en subastas. Casi 30 de las 40 piezas han sobrevivido, lo cual da idea de la fascinación que suscita esta impresionante invención.